“Sí, escribo esto sobre todo para los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado sillas.”
“Los jóvenes como vos, herederos de un abismo, deambulan exiliados en una tierra que no les otorga cobijo. En este desguarnecimiento existencial y metafísico, sufren huérfanos de cielo y de techo. Comprendo tu congoja, el desconcierto de pertenecer a un tiempo en que se han derrumbado los muros, pero donde aún no se vislumbran nuevos horizontes. Falsas luminarias pretenden cautivar tu voluntad desde las pantallas. Debes de pensar que no hay un cambio posible cuando el valor de la existencia es menor que el precio de un aviso publicitario. El escepticismo se ha agravado por la creciente resignación con que asumimos la magnitud del desastre. La banalidad con que se degradan los sentimientos más nobles, degenerando al hombre en una patética caricatura, en un ser irreconocible en su humanidad.”
Ernesto Sábato. Antes del Fin (1998)
-¿Cuánto sale ese libro?
-¿Cuál? ¿Ese?
-Sí. El de Velmiro Ayala Gauna.
-Aproximadamente sesenta pesos.
-Gracias.
Tenía que esperar a la semana siguiente. En la noche sólo pude juntar 20 pesos, 15 de la paga y otros 5 de propina. Aún tenía la posibilidad de consultar esta página que se llama Proyecto Gutenberg. Pero dudo que apareciera ese libro ahí. Esa página contiene libros cuyos derechos de autor han caducado; eso significa que sólo digitaliza libros cuya edición haya sido realizada antes de 1930. Excelente página. Tiene todos los recaudos legales como para que no la cierren. Cada vez que digitalizan un libro, un equipo de asesores legales revisa meticulosamente las repercusiones legales si alguien reclama tener los derechos de la obra. Menuda paginita. Colecciones sobre el pensamiento griego, Dickens, Virginia Wolf, Homero. Eso sí, como el proyecto nació en la universidad de Virginia, la mayoría de los libros que se encontraban en el sitio estaban en inglés. Había unos pocos libros en castellano. Ahora, si es por piratear, la red está lleno de lugares. Pero Proyecto Gutenberg no busca destruir la industria del libro, o como se le llame. Esas editoriales que dicen que hacer un libro “cuesta.” Vaya si cuesta. 60 pesos.
No me imagino lo que saldría un libro que hable sobre Einstein. Después de todo, sus escritos fueron publicados en la parte del siglo donde todavía se cobra lo que se escribió. Einstein está condenado a desaparecer por el momento. Las ideas del Alberto no son interesantes, mucho menos escenciales en esta sociedad, supongo. ¿A quién le interesa saber que un haz de luz se curva al acercarse a un campo gravitacional? ¿Qué sentido tiene que se sepa eso? Quizá Carl Sagan estaba profundamente equivocado al hacer esas apariciones ridículas en la televisión alertando a la sociedad norteamericana que en la edad de la tecnología, el público en general no entendía cómo funciona.
Los remedos de libros que me compraban mis padres, cuando era niño, los traía un viajante. Era el librero del barrio. Una combinación de viajante, erudito y empresario. Todo en uno.
Sí, me acuerdo cuando llegaba. Mi madre, que a duras penas había completado el segundo año de la escuela de artes y oficios (mas tarde escuelas técnicas) contemplaba, junto con mi padre, obrero de la misma suerte escolar, cómo el viajante (librero y empresario) bajaba las cajas con libros. Era todo un acontecimiento. Siempre había cosas tan lindas para ver, aunque sólo podíamos comprar algunos. En una oportunidad, como yo iba a estudiar profesorado en inglés, me compraron un diccionario bilingüe. De todas formas, a mi profesora no le convenció la herramienta del conocimiento adquirida; para traducir teníamos que comprar el otro, el Simon y Juster. Era lo que los profesionales debían usar. Y yo me iba a convertir en uno, si las cosas salían bien. Cosa que no salió. A duras penas podía comprar los libros “originales” que venían de Gran Bretaña, de las editoriales Osfor y Cambriye. Salían un ojo de la cara. Igual pude comprar algunos, no me quejo. Pude trabajar de mozo y ahorrar un poco. Lo que no me dio fue la cabeza. Hay que ser sinceros. Sí. Lo mío jamás fue el lenguaje. Hubiese aceptado la invitación que me envió por correo la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) que quedaba a cuarenta kilómetros de donde vivía, quizá más. La universidad tiene sede en Concepción del Uruguay, en Entre Ríos. Siempre me pregunté por qué me llegó la carta a mí y no a ninguno de mis compañeros. Les pregunté a todos ese último año en la secundaria y nadie había recibido nada. Obviamente el sistema para ofertar la carrera era malísimo. Le había llegado a uno solo, en lugar de ofertar la carrera al curso entero. De todas formas la carta era muy elegante, decía “lo invitamos a que se acerque a nuestra institución para conocer las propuestas en detalle de nuestras carreras (…) nuestra modalidad a distancia (…) saludamos a usted atentamente.” Siempre me quedó la intriga de saber qué hubiese pasado si hubiera aceptado la invitación de mis tíos a quedarme en Concepción del Uruguay. Quizá hubiera sido ingeniero, cosa que hoy demanda el mercado laboral. Pero si no pude terminar una carrera de docente, no creo hubiese podido terminar con una carrera basada en álgebra, cálculos probabilísticos, derivadas, integrales, por decir algo. Ahora está esta noción instalada de que cualquiera se recibe de maestro.
Había cosas más urgentes en la vida de los argentinos en ese entonces. ¿A quién le interesa si el universo rebalsa de vida como decía Carl Sagan? Esas son simples especulaciones de gente que se rasca el higo. Lo mío era algo más práctico: hacerme de un título docente y mientras tanto debía trabajar para mantener los gastos de estudio.
Mi primer trabajo, cuando estudiaba hace unos tantos años, fue efectivamente de mozo. Por supuesto, había todo un mercado turístico para explotar en la ciudad. Había pocos docentes en lenguas extranjeras, pero muchas confiterías. Así que hice mis primeras incursiones en el campo laboral en este suelo nutricio que prometía unos pesos por un trabajo no calificado, al menos en lo que yo siempre trabajé. No importaba si sabías hablar inglés o portugués. Importaba que no reclames trabajar fichado. Al menos en algunos lugares que trabajé (después me iba a enterar que es la misma moda en los institutos privados de enseñanza). Nos escondíamos cuando venían los del Ministerio de Trabajo para controlar la situación de los empleados. Podían aplicarle una multa a nuestro empleador. Cosa que nadie quería. Esta gente del Ministerio del Trabajo es gente despreciable. Sacarle plata a nuestros patrones para nuestra seguridad social. ¡Ha! Mala gente.
Mi primera noche como mozo fue en una pizzería llamada “Napole”. No sé si existe todavía. Fueron tres días de una fiesta que había organizado el local de pizzas para lo cual se cortó la calle. Una de esas noches tocaron Los Iracundos, una conocida banda de música de la República Oriental del Uruguay. Recuerdo que el sistema que tenía el dueño del local, para organizar el cobro de mesas, era bastante original. Nunca lo habíamos dado ni en contabilidad, ni en Sistemas Administrativos Contables (SAC era el acrónimo que aparecía en la libreta de calificaciones). Era de una originalidad suprema. El señor nos daba nuestro sueldo al principio de la jornada, 15 pesos. Si no nos confundíamos en el cambio cuando dábamos el vuelto a las mesas, llegado el fin de la jornada, teníamos los 15 pesos que era nuestra paga. Es decir, nosotros servíamos de intermediarios entre el cliente y la caja. Nosotros comprábamos las cosas de la mesa y las cobrábamos cuando las llevábamos. Si se levantaban de la mesa, estábamos fritos. Es así que ese día hubo caras felices (a los que el arqueo de caja les había dado favorable) y caras no tan felices (los que sin tener demasiada presteza a la hora de los cálculos, cobraron mal las mesas). Doce horas de trabajo eran agotadoras. Pero bien valían los 15 pesos. O 5, si alguien te ordenaba algo y se iba molesto porque no llegaste con las cosas a tiempo.
Este primer trabajo me dio mi primera experiencia laboral. Ya tenía algo para anotar en el currículum. Tantas horas de teoría para saber armar uno en la escuela secundaria. Ahora tenía la información para completarlo.
Fue así, después de esta experiencia, que pude trabajar en el hotel más alto de la ciudad. El Hotel Internacional Quirinale. Esto era algo completamente diferente. Aquí había clase y estilo. Estaban organizando una gran fiesta para agasajar el fin de año, que pasé trabajando, a los empleados administrativos y gerenciales de Gasnea. La vestimenta del mozo, para este tipo de nivel, requería ciertos estándares: zapatos, camisa blanca y pantalón de vestir negro. El lugar mismo me impresionaba. La fiesta era en el octavo piso. Algunos compañeros y yo llegamos temprano, teníamos que tener todo preparado. Subimos por el ascensor. Nos acompañaba alguien que estaba encargado de dirigirnos en el trabajo. Un profesionalismo que no había visto hasta ese entonces. Una vez arriba comenzamos a preparar el salón, guiados por nuestros “jefes de mozos.” Desde las ventanas se podía ver la isla y su banco de arena. Una vista magnífica frente al río Uruguay. La naturaleza en todo su esplendor.
Pero nosotros no éramos mozos aquí. Los verdaderos “mozos” tenían un nombre especial para nosotros. Nos decían “acarreadores”. La diferencia entre un mozo y un acarreador era “la clase y el estilo.” Los mozos tenían una parsimonia especial para atender. Nunca se apuraban. Jamás hablaban de más y estaban atentos a todos los detalles para que la atención deleite a los invitados. Algunos compañeros acarreadores comentaban sobre algunos de los mozos presentes. Algunos, al parecer, eran leyendas de a pie, reconocidos en el ambiente gastronómico, aunque desconocidos en el ámbito de los aportes. Eran el modelo a seguir para muchos de los que estaban ahí. Eso quiero llegar a ser yo, parecían decir algunos de los aprendices. La presencia de estos monumentos de la servidumbre elevaba la categoría del ambiente. Acá había gente de profesión que valoraba el sacrificio y la trayectoria.
La fiesta era grande. Señores de saco y corbata, damas en sus mejores ropas, música y de todo para comer y beber. Esto lo había visto únicamente en la tele. En esas ceremonias de gala. Con diecinueve años pensaba: “¿cómo se llega a estar entre esta gente como pares?”
Al parecer, el agasajo se debía a la despedida del año y también porque un integrante respetado de la empresa que lo organizaba, se retiraba a trabajar para otra compañía, YPF.
La empresa que organizaba el evento, Gasnea, se encontraba en la ciudad anfitriona del espectáculo, tendiendo la red de gas que conectaría a los colonenses a la red de gas natural. La ciudad parecía un frente de la primera guerra mundial. Las veredas estaban abiertas cual trincheras por las que pasaban los caños de gas. Veredas de cuadras enteras con las entrañas desgarradas para colocar los caños madres.
No faltaba nada. Había de todo: cerveza, vino, gaseosas, ensaladas, carnes varias y postre. El postre se veía exquisito. Usted sólo tenía que pedir, nosotros, los acarreadores, se lo llevábamos para que lo disfrute.
Había una distribución llamativa de los empleados administrativos y los empleados gerenciales. El grueso del malón estaba distribuido en mesas a lo largo del salón. Los gerentes, incluyendo el representante de Gaz de France para la región, sobre una pequeña elevación al frente de todos los invitados, como si fuera un púlpito.
Frente al púlpito, había un micrófono. A mitad de la fiesta, se detuvo la música y se paró el representante de Gaz de France, quien se dirigió hasta el micrófono y pronunció algunas palabras para la multitud expectante. Nosotros, los acarreadores, estábamos apostados en lugares designados por los jefes de mozos para que podamos atender bien a los invitados, para que no hubiese quejas una vez terminada la ceremonia. El representante francés, comenzó a hablar, con acento francés. Dirigió algunas palabras de agradecimiento por el esfuerzo conjunto en este emprendimiento de llevar el gas a los ciudadanos. Hizo especial mención de este ingeniero que dejaba la empresa para ir en busca de otros sueños. Muy emotivo. Se podía ver la emoción en los rostros de los invitados. Yo sólo pensaba en la suerte de toda esta gente, de formar parte de una empresa seria, que velaba por los intereses de sus empleados. Era realmente algo especial.
Pero el discurso del mandamás no quedó ahí. Este prosiguió diciendo que era una vergüenza la medida que había tomado el Gobierno de Entre Ríos de frenar el cobro de la instalación de gas que pasaba por delante de las casas. El gobierno radical de entonces, cuya figura más representativa era Montiel, alegaba que la empresa tenía que hacerse cargo de esos gastos, ya que recuperarían tal “inversión” con el tiempo, en la medida en que los ciudadanos consuman gas. Sus palabras para cerrar el discurso, en un sensual tono francés fue: “estos políticos hijos de puta.”
Los empleados, se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir. Paso seguido, se puso el Himno Nacional Argentino. Un invitado, a muy pocos pasos de mí, se puso la mano en el corazón y cantaba el himno con tal energía que pensaba se iba a quedar afónico. Por mi parte, no sé si porque recordaba que mi padre había sacrificado cuatro años de su vida como concejal en la ciudad, hacía algunos años ya, durante la época de Alfonsín, aunque había sido representante por el partido peronista; se me hizo un nudo en la garganta y envidaba a este señor que con la mano en el corazón casi se queda sin voz al cantar el himno. Lo envidiaba porque no sabía cómo una persona podía estar en tan abyecta disociación de la realidad. Alguien se para frente a un micrófono, siendo dueño de una empresa, empresa que representaba intereses extranjeros, cuyo único propósito era robarle a los contribuyentes su dinero, insultaba a los representantes de los ciudadanos de Entre Ríos, cualquiera su color político; prácticamente se había abierto la bragueta y comenzado a mear sobre la mesas, ¿y lo aplaudían hasta casi quebrarse los dedos? ¿Cantaban el himno frente a él? Distantes estaban las imágenes de mis maestras que me retaban cuando la bandera tocaba el suelo, distante mi maestra Norma de primer grado que me cuidaba cuando jugaba en el patio con los más grandes, distantes en esta mezcla nueva de sentimientos que no podía describir, pues eran nuevas. ¿Era para esto que nos enseñaban el himno las docentes y los docentes en la primaria? ¿Qué representaba el himno en este salón? ¿La nación? ¿La empresa? ¿Por qué cantaban el himno? ¿Por qué lo habían puesto? ¿Era el único que quedó mudo, para no perder la significación que mis maestras y profesores me habían dado sobre el momento y lugar de esta canción patria? ¿O era simplemente un lapsus irracional mío? ¿Estaba exagerando?
Al finalizar la noche, nos abocamos a la tarea de limpiar lo que había quedado. Barrimos, juntamos los restos de comida para tirarlos a la basura. Cobramos 30 pesos. Ahora quizá podía comprar un libro con menos esfuerzo. Igual fueron doce horas de trabajo, por los cuales tampoco recibí un recibo de sueldo, ni aportes. Como no lo recibiría en mis tantos años de trabajo y estudio. Estudio que nunca pude terminar. Y trabajo que nunca pude conseguir. Como los laureles del himno que yacían tirados por el piso de todo el hotel.
Al otro día, mi padre me fue a despertar. Me dijo que el agua para el mate estaba caliente. Que él tenía que trabajar ese domingo o la empresa para la que trabajaba corría el riesgo de cerrar. No podía afrontar la carga social (aportes patronales y otros vicios del Estado para cubrir el bienestar del trabajador cuando ya sea un puñado de tendones rotos) de tomar nuevos empleados para cubrir nuevos turnos. Esa era la razón por la que hacían trabajar como mula a mi viejo y a todos sus compañeros que una vez formaron parte de un gremio que parecía ser fuerte y ostentaba cierto poder. Pero en ese justo momento en que necesitaban ese poder, yacían harapos de personas que agachaban la cabeza y le daban su sangre a la empresa.
Me dijo que sacara del almacén lo que quisiera antes de que me vaya a trabajar en la segunda noche del festejo. Le dije que no, que comería en el restaurant del hotel, siempre sobraban cosas, y los cocineros sabían como reutilizar lo que otros dejaban para que parezca fresco; después de todo, nos "regalaban" la comida. "¿Y?," me preguntó él, "¿qué tal estuvo el festín?"
Yo respondí, “es algo que tendrías que haber visto con tus propios ojos.”
Cuentos y Poesías por Cristhian Bourlot se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 Unported.
Basada en una obra en cristhianbourlot.blogspot.com.ar.
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