martes, 9 de febrero de 2010

Progreso

El hombre iba construyéndose lentamente; aunque todos querían que diera el gran salto y terminara de una vez por todas. Él los veía como seres sin terminar, retazos de intentos por no tener el temple ni la paciencia necesaria para esperar. Querían el gran día amanecer al siguiente. Pero eso no ocurre. Él lo sabía, no con certeza, pero lo intuía.

No había acumulado riquezas. Sólo un puñado de sueños y esperanzas que lo acompañaban en sus solitarios viajes en busca de un futuro. No tenía un trabajo digno; no trabajaba para el estado, no prestaba servicios, ni pasaba sus largas horas en una fábrica produciendo.

Pasaba sus largas horas leyendo libros, que eran parte de su herencia, que su abuelo había adquirido en épocas, según decían, mejores. Su padre sólo los había conservado.

El hombre se llamaba Alberto. No era su fuerte la elocuencia, al menos no al hablar. Sí cuando escribía.

Alberto creció en un pueblo del interior. Los periódicos de la época habían descuidado por completo las letras, dedicándose al mundano chusmerío de pueblucho. Ni siquiera estaba dirigido por personas de estirpe, mucho menos idóneas para la difícil tarea de culturalizar; el periódico era una mera burda copia de los medios masivos de comunicación, vacuos de contenido, llenos de palabras inocuas, y no satisfacían ni lo uno ni lo otro.

Cuando miraba en derredor, veía como sus compañeros estaban casados, ya criando a la próxima generación, mientras el se encontraba atascado en dilemas filosóficos que poco interesaban a la sociedad. Buscando una verdad lo suficientemente sustentable como para contarla. Pero en vano eran sus desvelos. No hallaba nada. Ni siquiera un indicio que arrojara algún tipo de luz sobre el velo inaccesible de algún tipo de objetivo factible de ser perseguido. Realmente estaba zozobrando en aguas donde, mucho peor que tempestuosas, no soplaba viento o brisa alguna.

Con los años aprendió a subsistir con un trabajo que no le quitaba muchas horas de su vida, y así logró tener un sueldo para comer y proseguir sus indagaciones en los confines del conocimiento humano.

Una década había pasado cuando, por un instante, vislumbró una imagen amorfa. Diez años más transcurrieron hasta que consiguió aislarla en cuatro pilas de papel que se elevaban hasta casi tocar el cielorraso.

Al cumplir los cincuenta, continuaba habitando en una habitación de no más de cuatro metros cuadrados con un baño. Lejos había dejado la riqueza que su familia le había dejado. Pero su mirada se ponía en el cielo, nunca en la tierra.

Hubo de pasar algún tiempo más hasta que comunicó su verdad. Después de haber, prolijamente, revisado todos sus artículos, se dirigió hacia una editorial con la esperanza de que los publicaran.

Resultó ser que nadie conocía al pobre tipo. Pero lo mismo aceptaron leer los escritos y comunicarle su decisión en tres semanas.

Ansioso esperó tres, cuatro, cinco semanas. Finalmente llegó la decisión del editor de la prensa gráfica. Todos los artículos habían sido escritos con una rigurosidad y prolijidad gramatical asombrosa, pero el contenido no estaba claro del todo. Así que habían decidido posponer su publicación hasta nuevo aviso.

Con el tiempo los ángeles vinieron a buscar a Alberto, y sin mucho protocolo lo llevaron a tierras más propicias.

Sus artículos fueron publicados póstumamente; tres siglos más tarde, cuando un editor afanoso en la búsqueda de material sepultado en las imprentas de antaño, descubrió su trabajo. Era casi imposible creer que una persona que había existido tres siglos antes, hubiese podido escribir sobre cosas que recién tres siglos después estaban siendo apuntaladas con trescientos años de ciencia empírica. Y así surgieron dudas sobre la autenticidad de los escritos. Muchos eruditos estudiaron y sobre estudiaron las ideas, y llegaron a la decisión unívoca e inequívoca que no era posible que una sola persona hubiese, sola, podido jamás lograr desarrollar ideas de tal envergadura.

Sus escritos se publicaron bajo el título de "Trescientos Años Desaparecidos: lo que nuestro pueblo dejo en el pasado".

Licencia Creative Commons
Cuentos y Poesías por Cristhian Bourlot se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 Unported.
Basada en una obra en cristhianbourlot.blogspot.com.ar.

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